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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/254

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grar Auristela ni Mauricio; Ladislao y Transila sentían la misma pesadumbre; viendo lo cual, Policarpo acudió a su consejera Zenotia, y le rogó procurase algún remedio a la enfermedad de Antonio, la cual, por no conocerla los médicos, ellos no sabían hallarle. Ella le dió buenas esperanzas, asegurándole que de aquella enfermedad no moriría; pero que convenía dilatar algún tanto la cura. Creyóla Policarpo como si se lo dijera un oráculo. De todos estos sucesos no le pesaba mucho a Sinforosa, viendo que por ellos se detendría la partida de Periandro, en cuya vista tenía librado el alivio de su corazón; que, puesto que deseaba que se partiese, pues no podía volver si no se partía, tanto gusto le daba el verle, que no quisiera que se partiera. Llegó una sazón y coyuntura donde Policarpo y sus dos hijas, Arnaldo, Periandro y Auristela, Mauricio, Ladislao y Transila, y Rutilio, que después que escribió el billete a Policarpa, aunque le había roto, de arrepentido andaba triste y pensativo, bien así como el culpado, que piensa que cuantos le miran son sabidores de su culpa, digo que la compañía de los ya nombrados se halló en la estancia del enfermo Antonio, a quien todos fueron a visitar, a pedimiento de Auristela, que ansí a él como a sus padres los estimaba y quería mucho, obligada del beneficio que el mozo bárbaro le había hecho cuando los sacó del fuego de la isla y la llevó al serrallo de su padre; y más, que como en las comunes desventuras se reconcilian los ánimos y se