256
a quien servían de cristalinos espejos sus transparentes aguas. Rogámosle se entrase por el río, pues la amenidad del sitio nos convidaba. Hízolo así, y comenzó a subir por el río arriba, y habiendo perdido de vista la nave, soltando los remos, se detuvo y dijo: “Mirad, señores, del modo que habéis de hacer este viaje, y haced cuenta que esta pequeña barca que ahora os lleva es vuestro navío, porque no habéis de volver más al que en la mar os queda aguardando, si ya esta señora no quiere perder le honra y vos, que decís que sois su hermano, la vida.” Díjome, en fin, que el capitán del navío quería deshonrar a mi hermana y darme e mí la muerte, y que atendiésemos a nuestro remedio, que él nos seguiría y acompañaría en todo lugar y en todo acontecimiento. Si nos turbamos con esta nueva júzguelo el que estuviere acostumbrado a recebirlas malas de los bienes que espera. Agradecíle el aviso y ofrecíle la recompensa cuando nos viésemos en más feliz estado. “Aun bien —dijo Cloelia—, que traigo conmigo las joyas de mi señora.” Y aconsejándonos los cuatro de lo que hacer debíamos, fué parecer del marinero que nos entrásemos el río adentro; quizá descubriríamos algún lugar que nos defendiese, si acaso los de la nave viniesen a buscarnos. “Mas no vendrán—dijo—, porque no hay gente en todas estas islas que no piense ser cosarios todos cuantos surcan estas riberas, y en viendo la nave o naves luego toman las armas para defenderse,