están trocadas, y esto ha sido por querer todos cuatro obedecer a nuestros padres y a nuestros parientes, que han concertado estos matrimonios; y no puedo yo pensar en qué razón se consiente que la carga que ha de durar toda la vida se la eche el hombre sobre sus hombros, no por el suyo, sino por el gusto ajeno. Y aunque esta tarde habíamos de dar el consentimiento y el sí del cautiverio de nuestras voluntades, no por industria, sino por ordenación del cielo, que así lo quiero creer, se estorbó con vuestra venida. De modo que aun nos queda tiempo para enmendar nuestra ventura, y para esto te pido consejo, pues como extranjero y no parcial de ninguno, sabrás aconsejarme, porque tengo determinado que, si no se descubre alguna senda que me lleve a mi remedio, de ausentarme destas riberas y no parecer en ellas en tanto que la vida me durare, ora mis padres se enojen, o mis parientes me riñan, o mis amigos se enfaden.” Atentamente le estuve escuchando, y de improviso me vino a la memoria su remedio, y a la lengua estas mismas palabras: “No hay para qué te ausentes, amigo; a lo menos, no ha de ser antes que yo hable con mi hermana Auristela, que es aquella hermosísima doncella que has visto. Ella es tan discreta, que parece que tiene entendimiento divino, como tiene hermosura divina.”
”Con esto nos volvimos a los ranchos, y yo conté a mi hermana todo lo que con el pescador había pasado, y ella halló en su discreción el modo