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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/271

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CAPITULO XI
DEL SEGUNDO LIBRO

Paréceme que, si no se arrimara la paciencia al gusto que tenían Arnaldo y Policarpo de mirar a Auristela, y Sinforosa de ver a Periandro, ya la hubieran perdido escuchando su larga plática, de quien juzgaron Mauricio y Ladislao que había sido algo larga, y traída no muy a propósito, pues para contar sus desgracias propias no había para qué contar los placeres ajenos. Con todo eso, les dió gusto, y quedaron con él esperando oír el fin de su historia, por el donaire siquiera y buen estilo con que Periandro la contaba. Halló Antonio el padre a la Zenotia que buscaba, en la cámara del rey, por lo menos, y en viéndola, puesta una desenvainada daga en las manos, con cólera española y discurso ciego, arremetió a ella, diciéndole, la asió del brazo izquierdo, y, levantando la daga en alto, le dijo:

—Dame, ¡oh hechicera!, a mi hijo vivo y sano, y luego, si no, haz cuenta que el punto de tu muerte ha llegado. Mira si tienes su vida envuelta en algún envoltorio de agujas sin ojos o de alfileres sin cabezas; mira, ¡oh pérfida!, si la