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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/272

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tienes escondida en algún quicio de puerta o en alguna otra parte que sólo tú la sabes.

Pasmóse Zenotia, viendo que la amenazaba una daga desnuda en las manos de un español colérico, y, temblando, le prometió de darle la vida y salud de su hijo; y aun le prometiera de darle la salud de todo el mundo, si se la pidiera: de tal manera se le había entrado el temor en el alma. Y así le dijo:

—Suéltame, español, y envaina tu acero, que los que tiene tu hijo le han conducido al término en que está; y pues sabes que las mujeres somos naturalmente vengativas, y más cuando nos llama a la venganza el desdén y el menosprecio, no te maravilles si la dureza de tu hijo me ha endurecido el pecho. Aconséjale que se humane de aquí adelante con los rendidos, y no menosprecie a los que piedad le pidieren, y vete en paz, que mañana estará tu hijo en disposición de levantarse bueno y sano.

—Cuando así no sea—respondió Antonio—, ni a mí me faltará industria para hallarte, ni cólera para quitarte la vida.

Y con esto la dejó, y ella quedó tan entregada al miedo, que, olvidándose de todo agravio, sacó del quicio de una puerta los hechizos que había preparado para consumir la vida poco a poco del riguroso mozo, que con los de su donaire y gentileza la tenía rendida. Apenas hubo sacado la Zenotia sus endemoniados preparamentos de la puerta, cuando salió la salud perdida de Antonio