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gos con tu vista; y escuchemos los sucesos de Periandro, que los ha de acabar de contar esta noche.
Prometióle Antonio a su padre de poner en obra todos sus consejos, con el ayuda de Dios, a pesar de todas las persuasiones y lazos que contra su honestidad le armasen. La Zenotia, en esto, corrida, afrentada y lastimada de la soberbia desamorada del hijo, y de la temeridad y cólera del padre, quiso por mano ajena vengar su agravio, sin privarse de la presencia de su desamorado bárbaro; y, con este pensamiento y resuelta determinación, se fué al rey Policarpo y le dijo:
—Ya sabes, señor, cómo, después que vine a tu casa y a tu servicio, siempre he procurado no apartarme en él con la solicitud posible; sabes también, fiado en la verdad que de mí tienes conocida, que me tienes hecha archivo de tus secretos, y sabes, como prudente, que, en los casos propios, y más si se ponen de por medio deseos amorosos, suelen errarse los discursos que, al parecer, van más acertados; y por esto querría que, en el que ahora tienes hecho de dejar ir libremente a Arnaldo y a toda su compañía, vas fuera de toda razón y de todo término. Dime: si no puedes presente rendir a Auristela, ¿cómo la rendirás ausente? ¿Y cómo querrá ella cumplir su palabra, volviendo a tomar por esposo a un varón anciano, que en efeto lo eres, que las verdades que uno conoce de sí mismo no nos pueden engañar, teniéndose ella de su mano a Periandro, que po-