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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/275

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dría ser que no fuese su hermano, y a Arnaldo, príncipe mozo y que no la quiere para menos que para ser su esposa? No dejes, señor, que la ocasión que agora se te ofrece te vuelva la calva en lugar de la guedeja, y pueden tomar ocasión de detenerlos de querer castigar la insolencia y atrevimiento que tuvo este mostruo bárbaro que viene en su compañía de matar en tu misma casa a aquel que dicen que se llamaba Clodio: que si ansí lo haces, alcanzará fama que alberga en tu pecho, no el favor, sino la justicia.

Estaba escuchando Policarpo atentísimamente a la maliciosa Zenotia, que, con cada palabra que le decía, le atravesaba, como si fuera con agudos clavos, el corazón, y luego luego quisiera correr a poner en efeto sus consejos. Ya le parecía ver a Auristela en brazos de Periandro, no como en los de su hermano, sino como en los de su amante; ya se la contemplaba con la corona en la cabeza del reino de Dinamarca, y que Arnaldo hacía burla de sus amorosos disinios; en fin: la rabia de la endemoniada enfermedad de los celos se le apoderó del alma en tal manera, que estuvo por dar voces y pedir venganza de quien en ninguna cosa le había ofendido. Pero viendo la Zenotia cuán sazonado le tenía, y cuán pronto para ejecutar todo aquello que más le quisiese aconsejar, le dijo que se sosegase por entonces y que esperasen a que aquella noche acabase de contar Periandro su historia, porque el tiempo se le diese de pensar lo que más convenía. Agradecióselo