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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/289

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de qué modo podía detener a Auristela sin ofender a Arnaldo, de cuyo valor y poder era razón temiese; pero, en medio de estas consideraciones, y en el de las que tenía Sinforosa, que, por no estar tan recatada ni tan cruel como la Zenotia, deseaba la partida de Periandro, por entrar en la esperanza de la vuelta, se llegó el término de que Periandro volviese a proseguir su historia, que la siguió en esta manera:

—Ligera volaba mi nave por donde el viento quería llevarla, sin que se le opusiese a su camino la voluntad de ninguno de los que íbamos en ella, dejando todos en el albedrío de la fortuna nuestro viaje, cuando, desde lo alto de la gavia vimos caer a un marinero, que, antes que llegase a la cubierta del navío, quedó suspenso de un cordel que traía anudado a la garganta. Llegué con priesa, y cortésele, con que estorbé no se le acortase la vida. Quedó como muerto, y estuvo fuera de sí casi dos horas, al cabo de las cuales volvió en sí, y preguntándole la causa de su desesperación, dijo: “Dos hijos tengo, el uno de tres y el otro de cuatro años, cuya madre no pasa de los veintidós, y cuya pobreza pasa de lo posible, pues sólo se sustentaba del trabajo de estas manos; y estando yo agora encima de aquella gavia, volví los ojos al lugar donde los dejaba, y, casi como si alcanzara a verlos, los vi hincados de rodillas, las manos levantadas al cielo, rogando a Dios por la vida de su padre, y llamándome con palabras tiernas; vi ansimismo llorar a su