sos”. Todos dieron la voz a uno para responder por todos, el cual desta manera dijo: “Valeroso capitán, en las cosas que mucho se consideran, siempre se hallan muchas dificultades, y en los hechos valerosos que se acometen, alguna parte se ha de dar a la razón y muchas a la ventura; y en la buena que hemos tenido en haberte elegido por nuestro capitán, vamos seguros y confiados de alcanzar los buenos sucesos que dices. Quédense nuestras mujeres, quédense nuestros hijos, lloren nuestros ancianos padres, visite la pobreza a todos; que los cielos, que sustentan los gusarapos del agua, tendrán cuidado de sustentar los hombres de la tierra. Manda, señor, izar las velas; pon centinelas en las gavias, por ver si descubren en qué podamos mostrar que, no temerarios, sino atrevidos, son los que aquí vamos a servirte.” Agradecíles la respuesta, hice izar todas las velas, y, habiendo navegado aquel día, al amanecer del siguiente la centinela de la gavia mayor dijo a grandes voces: “¡Navío, navío!” Preguntáronle qué derrota llevaba y que de qué tamaño parecía. Respondió que era tan grande como el nuestro, y que le teníamos por la proa. “Alto, pues—dije—, amigos; tomad las armas en las manos, y mostrad con éstos, si son cosarios, el valor que os ha hecho dejar vuestras redes.”
”Hice luego cargar las velas, y, en poco más de dos horas, descubrimos y alcanzamos el navío, al cual embestimos de golpe, y, sin hallar defensa alguna, saltaron en él más de cuarenta de mis