janza; buscando vamos ladrones, a castigar vamos salteadores y a destruir piratas; y pues tú estás tan lejos de ser persona deste género, segura está tú vida de nuestras armas: antes, si has menester que con ellas te sirvamos, ninguna cosa habrá que nos lo impida; y aunque agradecemos la rica promesa de tu rescate, soltamos la promesa, que, pues no estás cautivo, no estás obligado al cumplimiento de ella. Sigue en paz tu camino, y en recompensa que vas de nuestro encuentro mejor de lo que pensaste, te suplicamos perdones a tus ofensores: que la grandeza del rey algún tanto resplandece más en ser misericordiosos que justicieros.” Quisiérase humillar Leopoldio a mis pies; pero no lo consintió ni mi cortesía ni su enfermedad. Pedíle me diese alguna pólvora si llevaba y partiese con nosotros de sus bastimentos, lo cual se hizo al punto. Aconsejéle asimismo que, si no perdonaba a sus dos enemigos, los dejase en mi navío, que yo los pondría en parte donde no la tuviesen más de ofenderle. Dijo que sí haría, porque la presencia del ofensor suele renovar la injuria en el ofendido. Ordené que luego nos volviésemos a nuestro navío, con la pólvora y bastimentos que el rey partió con nosotros, y queriendo pasar a los dos prisioneros, ya sueltos y libres del pesado cepo, no dió lugar un recio viento que de improviso se levantó, de modo que apartó los dos navíos, sin dejar que otra vez se juntasen.
“Desde el borde de mi nave me despedí del