CAPITULO XIV
DEL SEGUNDO LIBRO
A todos dió general gusto de oír el modo con que Periandro contaba su extraña peregrinación, si no fué a Mauricio, que, llegándose al oído de Transila, su hija, le dijo:
—Peréceme, Transila, que con menos palabras y más sucintos discursos pudiera Periandro contar los de su vida, porque no había para qué detenerse en decirnos tan por extenso las fiestas de las barcas, ni aun los casamientos de los pescadores, porque los episodios que para ornato de las historias se ponen no han de ser tan grandes como la misma historia; pero yo, sin duda, creo que Periandro nos quiere mostrar la grandeza de su ingenio y la elegancia de sus palabras.
—Así debe de ser—respondió Transila—; pero lo que yo sé decir es que, ora se dilate o se sucinte en lo que dice, todo es bueno y todo da gusto.
Pero ninguno la recebirá mayor, como ya creo que otra vez se ha dicho, como Sinforosa, que cada palabra que Periandro decía así le regalaba el alma, que la sacaba de sí misma. Los re-