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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/304

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así, contentísimos los doce que escogí, sólo por saber que iban a hacer bien. Proveyónos Sulpicia de generosos vinos y de muchas conservas, de que carecíamos. Soplaba el viento próspero para el viaje de Sulpicia y para el nuestro, que no llevaba determinado paradero. Despedímonos de ella; supo mi nombre y el de Carino y Solercio, y, dándonos a los tres sus brazos, con los ojos abrazó a todos los demás, ella llorando lágrimas de placer y tristeza nacidas: de tristeza, por la muerte de su esposo; de alegría, por verse libre de las manos que pensó ser de salteadores, nos dividimos y apartamos.

”Olvidaba de deciros cómo volví el collar a Sulpicia, y ella le recibió a fuerza de mis importunaciones, y casi tuvo a afrenta que le estimase yo en tan poco que se le volviese. Entré en consulta con los míos sobre qué derrota tomaríamos, y concluyóse que la que el viento llevase, pues por ella habían de caminar los demás navíos que por el mar navegasen; o, por lo menos, si el viento no hiciese a su propósito, harían bordos hasta que les viniese a cuento. Llegó en esto la noche, clara y serena, y yo, llamando a un pescador marinero que nos servía de maestro y piloto, me senté en el castillo de popa, y, con ojos atentos, me puse a mirar el cielo.

—Apostaré—dijo a esta sazón Mauricio a Transila, su hija—que se pone agora Periandro a describirnos toda la celeste esfera, como si importase mucho a lo que va contando el declararnos los