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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/312

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nuevas atento, y de tan hermosa vista admirado, y de tan nuevo y extraño acontecimiento, por su grandeza y por su novedad, mal seguro, alcé la voz, para mostrar con la lengua la gloria que en el alma tenía y queriendo decir: “¡Oh únicas consoladoras de mi alma; oh ricas prendas, por mi bien halladas, dulces y alegres en éste y en otro cualquier tiempo!”, fué tanto el ahinco que puse en decir esto, que rompí el sueño, y la visión hermosa desapareció, y yo me hallé en mi navío con todos los míos, sin que faltase alguno de ellos.

A lo que dijo Constanza:

—¿Luego, señor Periandro, dormíades?

—Sí—respondió—; porque todos mis bienes son soñados.

—En verdad—replicó Constanza—, que ya quería preguntar a mi señora Auristela adónde había estado el tiempo que no había parecido.

—De tal manera—respondió Auristela—ha contado su sueño mi hermano, que me iba haciendo dudar si era verdad o no lo que decía.

A lo que añadió Mauricio:

—Esas son fuerzas de la imaginación en quien suelen representarse las cosas con tanta vehemencia, que se aprehenden de la memoria, de manera que quedan en ella, siendo mentiras, como si fueran verdades.

A todo esto callaba Arnaldo, y consideraba los afetos y demostraciones con que Periandro contaba su historia, y de ninguno dellos podía sacar en limpio las sospechas que en su alma había