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fué que de allí a dos noches tocasen un arma fingida en la ciudad y se pegase fuego al palacio por tres o cuatro partes, de modo que obligase a los que en él asistían a ponerse en cobro, donde era forzoso que interviniese la confusión y el alboroto, en medio del cual previno gente que robase al bárbaro mozo Antonio y a la hermosa Auristela, y asimismo ordenó a Policarpa, su hija, que, conmovida de lástima cristiana, avisase a Arnaldo y a Periandro el peligro que los amenazaba, sin descubrirles el robo, sino mostrándoles el modo de salvarse, que era que acudiesen a la marina, donde en el puerto hallarían una saetía que los acogiese.
Llegóse la noche, y, a las tres horas della, comenzó el arma, que puso en confusión y alboroto a toda la gente de la ciudad; comenzó a resplandecer el fuego, en cuyo ardor se aumentaba el que Policarpo en su pecho tenía; acudió su hija, no alborotada, sino con reposo, a dar noticia a Arnaldo y a Periandro de los disinios de su traidor y enamorado padre, que se extendían a quedarse con Auristela y con el bárbaro mozo, sin quedar con indicios que le infamasen; oyendo lo cual, Arnaldo y Periandro llamaron a Auristela, e Mauricio, Transila, Ladislao, a los bárbaros padre e hijo, a Ricla, a Constanza y a Rutilio, y, agradeciendo a Policarpa su aviso, se hicieron todos un montón, y, puestos delante los varones, siguiendo el consejo de Policarpa, hallaron paso desembarazado hasta el puerto, y segura embar-