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yas nuevas quitaron el sentido a Sinforosa, y en Policarpa pusieron el arrepentimiento de haberlas dado. Amanecía en esto el alba, risueña para todos los que con ella esperaban descubrir la causa o causas de la presente calamidad, y en el pecho de Policarpo anochecía la noche de la mayor tristeza que pudiera imaginarse. Mordíase las manos Zenotia, y maldecía su engañadora ciencia y las promesas de sus malditos maestros. Sola Sinforosa se estaba aún en su desmayo, y sola su hermana lloraba su desgracia, sin descuidarse de hacerle los remedios que ella podía para hacerla volver en su acuerdo. Volvió, en fin; tendió la vista por el mar, vió volar la saetía donde iba la mitad de su alma, o la mejor parte della, y, como si fuera engañada y nueva Dido, que de otro fugitivo Eneas se quejaba, enviando suspiros al cielo, lágrimas a la tierra y voces al aire, dijo estas o otros semejantes razones:
—¡Oh hermoso huésped, venido por mi mal a estas riberas, no engañador, por cierto, que aun no he sido yo tan dichosa que me dijeses palabras amorosas para engañarme! Amaina esas velas, contémplalas algún tanto, para que se dilate el tiempo de que mis ojos vean ese navío, cuya vista, sólo porque vas en él, me consuela. Mira, señor, que huyes de quien te sigue, que te alejas de quien te busca, y das muestras de que aborreces a quien te adora. Hija soy de un rey, y me contento con ser esclava tuya; y, si no tengo hermosura que pueda satisfacer a tus ojos, tengo deseos que puedan lle-