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ron fué tal, que correspondió a sus merecimientos; pero no en modo que Sinforosa alcanzase el fin felice de sus deseos, porque la suerte de Periandro mayores venturas le tenía guardadas. Los del navío, viéndose todos juntos y todos libres, no se hartaban de dar gracias al cielo de su buen suceso. De ellos supieron otra vez los traidores disinios de Policarpo; pero no les parecieron tan traidores, que no hallase en ellos disculpa el haber sido por el amor forjados: disculpa bastante de mayores yerros, que cuando ocupa a un alma la pasión amorosa no hay discurso con que acierte ni razón que no atropelle. Hacíales el tiempo claro, y aunque el viento era largo, estaba el mar tranquilo. Llevaban la mira de su viaje puesta en Inglaterra, adonde pensaban tomar el disinio que más le conviniese, y con tanto sosiego navegaban, que no los sobresaltaba ningún recelo ni miedo de ningún suceso adverso. Tres días duró la apacibilidad del mar y tres días sopló próspero el viento, hasta que al cuarto, a poner del Sol, se comenzó a turbar el viento y a desasosegarse el mar, y el recelo de alguna gran borrasca comenzó a turbar a los marineros: que la inconstancia de nuestras vidas y la del mar simbolizan en no prometer seguridad ni firmeza alguna largo tiempo. Pero quiso la buena suerte que cuando les apretaba este temor descubriesen cerca de sí una isla, que luego de los marineros fué conocida, y dijeron que se llamaba la de las Ermitas, de que no poco se alegraron, porque en ella sabían que