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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/327

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estaban dos calas capaces de guarecerse en ellas de todos vientos más de veinte navíos; tales, en fin, que pudieran servir de abrigados puertos. Dijeron también que en una de las ermitas servía de ermitaño un caballero principal francés llamado Renato, y en la otra ermita servía de ermitaña una señora francesa llamada Eusebia, cuya historia de los dos era la más peregrina que se hubiese visto. El deseo de saberla y el de repararse de la tormenta si viniese hizo a todos que encaminasen allá la proa. Hízose así, con tanto acertamiento, que dieron luego con una de las calas, donde dieron fondo sin que nadie se lo impidiese; y estando informado Arnaldo de que en la isla no había otra persona alguna que la del ermitaño y ermitaña referidos, por dar contento a Auristela y a Transila, que fatigadas del mar venían, con parecer de Mauricio, Ladislao, Rutilio y Periandro, mandó echar el esquife al agua y que saliesen todos a tierra a pasar la noche en sosiego, libres de los vaivenes del mar. Y aunque se hizo así, fué parecer del bárbaro Antonio que él y su hijo, y Ladislao y Rutilio, se quedasen en el navío guardándole, pues la fe de sus marineros, poco experimentada, no les debía asegurar de modo que se fiasen dellos. Y, en efeto, los que se quedaron en el navío fueron los dos Antonios, padre e hijo, con todos los marineros, que la mejor tierra para ellos es las tablas embreadas de sus naves: mejor les huele la pez, la brea y la resina de sus navíos, que a la demás gente las