Cratilo a que del caballo se arrojase y con las mismas señales de alegría me recibiese. Entonces la desmayada esperanza de algún buen suceso estaba lejos de los pechos de mis pescadores; pero cobrando aliento en las muestras alegres con que vieron recebirme, les hizo brotar por los ojos el contento y por las bocas las gracias que dieron a Dios del no esperado beneficio: que ya le contaban, no por beneficio, sino por singular y conocida merced. Sulpicia dijo a Cratilo: “Este mancebo es un sujeto donde tiene su asiento la suma cortesía y su albergue la misma liberalidad; y aunque yo tengo hecha esta experiencia, quiero que tu discreción la acredite, sacando por su gallarda presencia—y en esto bien se ve que hablaba como agradecida, y aun como engañada—en limpio esta verdad que te digo. Este fué el que me dió libertad después de la muerte de mi marido; éste el que no despreció mis tesoros, sino el que no los quiso: éste fué el que, después de recebidas mis dádivas, me las volvió mejoradas, con el deseo de dármelas mayores, si pudiera; éste fué, en fin, el que, acomodándose, o, por mejor decir, haciendo acomodar a su gusto el de sus soldados, dándome doce que me acompañasen, me tiene ahora en tu presencia.” Yo, entonces, a lo que creo, rojo el rostro con las alabanzas, o ya aduladoras o demasiadas, que de mí oía, no supe más que hincarme de rodillas ante Cratilo, pidiéndole las manos, que no me las dió para besárselas, sino para
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