persona que hacia ellos se encaminaba. Levantóse en pie, puso mano a su espada y, con esforzado denuedo, estuvo esperando el suceso. Calló asimismo Periandro, y las mujeres con miedo y los varones con ánimo, especialmente Periandro, atendían lo que sería. Y, a la escasa luz de la luna, que, cubierta de nubes, no dejaba verse, vieron que hacia ellos venían dos bultos, que no pudieron diferenciar lo que eran, si uno de ellos con voz clara no dijera:
—No os alborote, señores, quienquiera que seáis, muestra improvisa llegada, pues sólo venimos a serviros. Esta estancia que tenéis, desierta y sola, la podéis mejorar, si quisiéredes, en la nuestra, que en la cima desta montaña está puesta; luz y lumbre hallaréis en ella, y manjares, que, si no delicados y costosos, son, por lo menos, necesarios y de gusto.
Yo le respondí:
—¿Sois, por ventura, Renato y Eusebia, los limpios y verdaderos amantes en quien la fama ocupa sus lenguas, diciendo el bien que en ellos se encierra?
—Si dijérades los desdichados—respondió el bulto—, acertárades en ello; pero, en fin, nosotros somos los que decís, y los que os ofrecemos con voluntad sincera el acogimiento que puede dar nuestra estrecheza.
Arnaldo fué de parecer que se tomase el consejo que se les ofrecía, pues el rigor del tiempo que amenazaba los obligaba a ello. Levantáronse