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de vasos de corcho, con maestría labrados, de fríos y líquidos cristales llenos. El adorno, las frutas, las puras y limpias aguas, que, a pesar de la parda color de los corchos, mostraban su claridad, y la necesidad juntamente, obligó a todos, y aun les forzó, por mejor decir, a que alrededor de la mesa se sentasen. Hiciéronlo así, y, después de la tan breve como sabrosa comida, Arnaldo suplicó a Renato que les contase su historia y la causa que a la estrecheza de tan pobre vida le había conducido; el cual, como era caballero, a quien es aneja siempre la cortesía, sin que segunda vez se lo pidiesen, desta manera comenzó el cuento de su verdadera historia: