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menos rico que noble, alcanzó a saber mis pensamientos y, sin ponerlos en el punto que debía, me tuvo más invidia que lástima, habiendo de ser al contrario, porque hay dos males en el amor que llegan a todo extremo: el uno es querer y no ser querido; el otro, querer y ser aborrecido; y a este mal no se iguala el de la ausencia ni el de los celos. En resolución: sin haber yo ofendido a Libsomiro, un día se fué al rey y le dijo cómo yo tenía trato ilícito con Eusebia, en ofensa de la majestad real y contra la ley que debía guardar como caballero, cuya verdad la acreditaría con sus armas, porque no quería que le mostrase la pluma ni otros testigos, por no turbar la decencia de Eusebia, a quien una y mil veces acusaba de impúdica y mal intencionada.
”Con esta información, alborotado el rey, me mandó llamar y me contó lo que Libsomiro de mí le había contado; disculpé mi inocencia, volví por la honra de Eusebia y, por el más comedido medio que pude, desmentí a mi enemigo. Remitióse la prueba a las armas. No quiso el rey darnos campo en ninguna tierra de su reino, por no ir contra la ley católica, que los prohibe. Diónosle una de las ciudades libres de Alemania. Llegóse el día de la batalla; pareció en el puesto con las armas que se habían señalado, que eran espada y rodela, sin otro artificio alguno; hicieron los padrinos y los jueces las ceremonias que en tales casos se acostumbran; partié-