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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/341

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ronnos el sol y dejáronnos. Entré yo confiado y animoso, por saber indubitablemente que llevaba la razón conmigo y la verdad de mi parte; de mi contrario bien sé yo que entró animoso y más soberbio y arrogante que seguro de su conciencia. ¡Oh soberanos cielos! ¡Oh juicios de Dios inescrutables! Yo hice lo que pude; yo puse mis esperanzas en Dios y en la limpieza de mis no ejecutados deseos; sobre mí no tuvo poder el miedo, ni la debilidad de los brazos, ni la puntualidad de los movimientos, y con todo eso, y no saber decir el cómo, me hallé tendido en el suelo y la punta de la espada de mi enemigo puesta sobre mis ojos, amenazándome de presta y evitable muerte. “Aprieta—dije yo entonces—, ¡oh más venturoso que valiente vencedor mío!, esta punta de espada, y sácame el alma, pues tan mal ha sabido defender su cuerpo; no esperes a que me rinda, que no ha de confesar mi lengua la culpa que no tengo. Pecados sí tengo yo que merecen mayores castigos; pero no quiero añadirles este de levantarme testimonio a mí mismo, y así más quiero morir con honra que vivir deshonrado.” “Si no te rindes, Renato—respondió mi contrario—, esta punta llegará hasta el cerebro y hará que con tu sangre firmes y confirmes mi verdad y tu pecado.” Llegaron en esto los jueces y tomáronme por muerto, y dieron a mi enemigo el lauro de la victoria. Secáronle del campo en hombros de sus amigos y a mí me dejaron solo, en poder del