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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/342

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quebranto y de la confusión, con más tristeza que heridas, y no con tanto dolor como yo pensaba, pues no fué bastante a quitarme la vida, ya que no me la quitó la espada de mi enemigo.

”Recogiéronme mis criados. Volvíme a la patria. Ni en el camino ni en ella tenía atrevimiento para alzar los ojos al cielo, que me parecía que sobre sus párpados cargaba el peso de la deshonra y la pesadumbre de la infamia; de los amigos que me hablaban pensaba que me ofendían; el claro cielo para mí estaba cubierto de escuras tinieblas; ni un corrillo acaso se hacía en las calles, de los vecinos del pueblo, de quien no pensase que sus pláticas no naciesen de mi deshonra; finalmente, yo me hallé tan apretado de mis melancolías, pensamientos y confusas imaginaciones, que, por salir dellas o a lo menos aliviarlas, o acabar con la vida, determiné salir de mi patria, y renunciando mi hacienda en otro hermano menor que tengo, en un navío, con algunos de mis criados, quise desterrarme y venir a estas setentrionales partes a buscar lugar donde no me alcanzase la infamia de mi infame vencimiento y donde el silencio sepultase mi nombre. Hallé esta isla acaso; contentóme el sitio, y con el ayuda de mis criados, levanté esta ermita y encerréme en ella. Despedílos; diles orden que cada un año viniesen a verme para que enterrasen mis huesos. El amor que me tenían, las promesas que les hice y los dones que les di los obligaron a cumplir mis ruegos, que no los quiero llamar