Ir al contenido

Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/344

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

342

movibles, ha que vivimos en este lugar casi diez años, en los cuales no se ha pasado ninguno en que mis criados no vuelvan a verme, proveyéndome de algunas cosas que en esta soledad es forzoso que me falten. Traen alguna vez consigo algún religioso que nos confiese. Tenemos en la ermita suficientes ornamentos para celebrar los divinos oficios; dormimos aparte, comemos juntos, hablamos del cielo, menospreciamos la tierra, y confiados en la misericordia de Dios, esperamos la vida eterna.

Con esto dió fin a su plática Renato, y con esto dió ocasión a que todos los circunstantes se admirasen de su suceso, no porque les pareciese nuevo dar castigos el cielo contra la esperanza de los pensamientos humanos, pues se sabe que por una de dos causas vienen los que parecen males a las gentes: a los malos, por castigo, y a los buenos, por mejora; y en el número de los buenos pusieron a Renato, con el cual gastaron algunas palabras de consuelo, y ni más ni menos con Eusebia, que se mostró prudente en los agradecimientos y consolada en su estado.

—¡Oh vida solitaria!—dijo a esta razón Rutilio, que, sepultado en silencio, había estado escuchando la historia de Renato—. ¡Oh vida solitaria—dijo—, santa, libre y segura, que infunde el cielo en las regaladas imaginaciones! ¡Quién te amara, quién te abrazara, quién te escogiera, y quién, finalmente, te gozara!

—Dices bien—dijo Mauricio—, amigo Rutilio.