contentó con decirlo, sino que quiso que quedase por instrumento público esta verdad, la cual, sabida por el rey, también por público instrumento os volvió vuestra honra, y os declaró a ti, ¡oh hermano!, por vencedor, y a Eusebia por honesta y limpia, y ordenó que fuésedes buscados y que, hallados, os llevasen a su presencia, para recompensaros con su magnanimidad y grandeza las estrecheces en que os debéis de haber visto. Si éstas son nuevas dignas de que os den gusto, a vuestra buena consideración lo dejo.
—Son tales—dijo entonces Arnaldo—, que no hay acrecentamiento de vida que las aventaje ni posesión de no esperadas riquezas que las lleguen; porque la honra perdida y vuelta a cobrar con extremo no tiene bien alguno la tierra que se le iguale. Gocéisle luengos años, señor Renato, y gócele en vuestra compañía la sin par Eusebia, yedra de vuestro muro, olmo de vuestra yedra, espejo de vuestro gusto y ejemplo de bondad y agradecimiento.
Este mismo parabién, aunque con palabras diferentes, les dieron todos, y luego pasaron a preguntarle por nuevas de lo que en Europa pasaba y en otras partes de la tierra, de quien ellos, por andar en el mar, tenían poca noticia. Sinibaldo respondió que de lo que más se trataba era de la calamidad en que estaba puesto por el rey de los danaos Leopoldio, el rey antiguo de Dinamarca, y por otros allegados que a Leopoldio favorecían. Contó asimismo cómo se murmuraba