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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/357

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que el amante pobre, si la ventura a manos llenas no le favorece, casi no es posible que llegue a felice fin su deseo. Rey la quiero pretender, rey la he de servir, amante la he de adorar; y si con todo esto no la pudiere merecer, culparé más a mi suerte que a su conocimiento.

Todos los circunstantes quedaron suspensos oyendo las razones de Arnaldo; pero el que más lo quedó de todos fué Sinibaldo, a quien Mauricio había dicho cómo aquél era el príncipe de Dinamarca, y aquélla, mostrándole a Auristela, la prisionera que decían que le traía rendido. Puso algo más de propósito los ojos en Auristela Sinibaldo, y luego juzgó a discreción la que en Arnaldo parecía locura, porque la belleza de Auristela, como otras veces se ha dicho, era tal, que cautivaba los corazones de cuantos la miraban, y hallaban en ella disculpa todos los errores que por ella se hicieran. Es, pues, el caso, que aquel mismo día se concertó que Renato y Eusebia se volviesen a Francia, llevando en su navío a Arnaldo para dejalle en su reino, el cual quiso llevar consigo a Mauricio y a Transila, su hija, y a Ladislao, su yerno, y que, en el navío de la huída, prosiguiendo su viaje, fuesen a España Periandro, los dos Antonios, Auristela, Ricla y la hermosa Constanza.

Rutilio, viendo este repartimiento, estuvo esperando a qué parte le echarían; pero, antes que la declarasen, puesto de rodillas ante Renato, le suplicó le hiciese heredero de sus alhajas y le