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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/358

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dejase en aquella isla, siquiera para que no faltase en ella quien encendiese el farol que guiase a los perdidos navegantes; porque él quería acabar bien la vida, hasta entonces mala. Reforzaron todos su cristiana petición, y el buen Renato, que era tan cristiano como liberal, le concedió todo cuanto pedía, diciéndole que quisiera que fueran de importancia las cosas que le dejaba, puesto que eran todas las necesarias para cultivar la tierra y pasar la vida humana; a lo que añadió Arnaldo que él le prometía, si se viese pacífico en su reino, de enviarle cada un año un bajel que le socorriese. A todos hizo señales de besar los pies Rutilio, y todos le abrazaron, y los más dellos lloraron de ver la santa resolución del nuevo ermitaño: que, aunque la nuestra no se enmiende, siempre da gusto ver enmendar la ajena vida, si no es que llega a tanto la protervidad nuestra, que querríamos ser el abismo que a otros abismos llamase.

Dos días tardaron en disponerse y acomodarse para seguir cada uno su viaje, y, al punto de la partida, hubo corteses comedimientos, especialmente entre Arnaldo, Periandro y Auristela; y aunque entre ellos se mezclaron amorosas razones, todas fueron honestas y comedidas, pues no alborotaron el pecho de Periandro. Lloró Transila; no tuvo enjutos los ojos Mauricio, ni lo estuvieron los de Ladislao; gimió Ricla, enternecióse Constanza, y su padre y su hermano también se mostraron tiernos. Andaba Rutilio de unos en