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por los costados; pero, a lo que he visto y notado, nunca ellos navegan sino con mar sosegado, y no traen aquellos lienzos que he visto que traen otras barcas que suelen llegar a nuestras riberas a vender doncellas o varones para la vana superstición que habréis oído decir que en esta isla ha muchos tiempos que se acostumbra, por donde vengo a entender que estas tales barcas no son buenas para fiarlas del mar grande y de las borrascas y tormentas que dicen que suceden a cada paso.
A lo que añadió Periandro.
—¿No ha usado el señor Antonio deste remedio, en tantos años como ha que está aquí encerrado?
—No—respondió Ricla—, porque no me han dado lugar los muchos ojos que miran para poder concertarme con los dueños de las barcas, y por no poder hallar excusa que dar para la compra.
—Así es—dijo Antonio—, y no por no fiarme de la debilidad de los bajeles; pero agora que me ha dado el cielo este consejo, pienso tomarle, y mi hermosa Ricla estará atenta a ver cuando vengan los mercaderes de la otra isla, y, sin reparar en precio, comprará una barca con todo el necesario matalotaje, diciendo que la quiere para lo que tiene dicho.
En resolución: todos vinieron en este parecer y, saliendo de aquel lugar, quedaron admirados de ver el estrago que el fuego había hecho y las armas. Vieron mil diferentes géneros de muer-