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Buscando la luz llegué hasta las tinieblas y allí la encontré; la encontré entre húmedas tumbas y sarcófagos, entre maderas podridas y agujereados plomos.
Me guió en el camino un grimillón de hormigas que en ordenada fila hacían sus paseos subterráneos, cargadas de hojitas y pétalos, que caen como migajas de un festín de recuerdo a los pies de los muertos.
Allí encontré la luz, la verdad y el amor.
El cielo se hace más frágil en el país de los dormidos; tiene tonalidades nacaradas que se ofrecen con humilde suavidad a las fosas, y en el sol hay menos deseo de irra-