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ANDERSEN.

 En la misma aldea vivia una vieja zapatera que se compadeció de Cármen, y procuró calzarla como pudo. Juntó, pues, unos retazos de paño encarnado, los arregló y cosiéndolos con hilo del mismo color, hizo con ellos un par de zapatos que, aunque muy distantes de ser una obra perfecta, regaló de buena gana á Carmencita y esta los recibió con la mayor alegría.

 Pero hé aquí que, el mismo dia que los recibió, murió de repente la madre de la pobre niña; los zapatos colorados no eran de luto, pero como la infeliz no tenia otros, se los puso para ir al entierro de su madre.

 Así iba detras del féretro, cuando pasó junto al entierro una grande y antigua carroza donde habia una señora anciana que, viendo sollozar á Cármen, se compadeció de ella y dijo al cura párroco: «Confiadme esa pobre niña, yo me encargo de ella.»

 Se figuró Cármen, al principio, que si habia gustado á aquella buena señora, fué á causa de sus zapatos colorados, pero su protectora la dijo que eran horribles y los mandó arrojar. Despues vistió á la niña con mucha decencia, la puso un bonito vestido, la hizo aprender á leer, escribir, coser, y la gente decia que era muy linda. Cármen se miró al espejo que la dijo: «Eres aun mas que linda, pues eres hermosa.»