La historia, luz de la verdad y testimonio de los tiempos, debidamente consultada y examinada con diligencia, enseña que la promesa hecha por Jesucristo: "Yo estoy con vosotros ... hasta el fin de los siglos"[1], nunca ha fallado en su Iglesia y, por lo tanto, nunca fallará en el futuro. De hecho, cuanto más furiosas sean las olas con las que se estrelle el barco de Pedro, más pronta y vigorosa experimentará la ayuda de la gracia divina. Y esto sucedió de manera muy singular en los primeros tiempos de la Iglesia; no solo cuando el nombre de cristiano se consideraba un crimen execrable digno de ser castigado con la muerte, sino también cuando se puso en seria prueba la verdadera fe de Cristo, especialmente en las regiones de Oriente, por la perniciosa perfidia de los herejes,