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Acta de Pío XI

Ya que así en la descendencia de Adán hay uno, que es Cristo, que llega precisamente a la divinidad eterna e infinita, y con ella se une de manera arcana y muy cercana; Cristo, digamos, nuestro hermano, dotado de naturaleza humana, pero también Dios con nosotros, que es Emmanuel, que con su gracia y sus méritos nos conduce a todos al Autor divino y nos llama a esa bienaventuranza de la que caímos miserablemente a causa del pecado original. Tengamos, pues, sentimientos de gratitud por él, sigamos sus preceptos, imitemos sus ejemplos. De esta manera seremos consortes de la divinidad de quien "se dignó compartir nuestra humanidad"[1].

Sin embargo, si, como hemos dicho, a lo largo de los siglos la verdadera Iglesia de Jesucristo ha defendido, pura e incorrupta, esta doctrina de la unidad de la persona y de la divinidad de su Fundador en todo momento, lamentablemente esto no ocurre en todos los tiempos en aquellos que vagan miserablemente fuera del único redil de Cristo. De hecho, cada vez que alguien con pertinacia escapa del magisterio infalible de la Iglesia, también tenemos que lamentar en él una pérdida gradual de la doctrina segura y verdadera sobre Jesucristo. En realidad, si a las muchas y tan distintas sectas religiosas, que de manera especial surgieron a partir de los siglos XVI y XVII, que aún ostentan el nombre de cristianos, y que al principio de su separación confesaron firmemente a Cristo, Dios y hombre, les preguntamos ahora qué es lo que piensan, tendríamos respuestas completamente distintas y contradictorias; porque, aunque unos pocos de ellos han mantenido una fe plena y recta en la persona de nuestro Redentor, sin embargo, los demás si de alguna manera afirman algo parecido, esto aparece más bien como un aroma de fe antigua, de la que ya han perdido la sustancia. Ya que presentan a Jesús como un hombre dotado de los carismas divinos, unidos de cierta manera misteriosa, más que los otros, a la divinidad, y muy cerca de Dios; pero están muy lejos de una plena y genuina profesión de la fe católica. Finalmente, otros, sin reconocer nada divino en Cristo, lo declaran un hombre sencillo, adornado de distinguidas cualidades de cuerpo y alma, pero también sujeto a errores y fragilidades humanas.

ACTA, vol. XIII, n. 14 - 26.11.931.
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  1. Ordo Missae