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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

De hecho, cuando los perseguidores de cristianos, uno tras otro, desaparecieron miserablemente, y el propio Imperio Romano cayó en ruinas, todos los herejes, ramas casi marchitas[1] al estar desgajadas de la divina vid, ya no pudieron recibir la savia vital ni dar fruto.

La Iglesia de Dios, en cambio, en medio de tantas tormentas y vicisitudes de las cosas pasajeras, confiando únicamente en Dios, continuó su camino en todo momento con paso firme y seguro, sin dejar nunca de defender vigorosamente la integridad del sagrado depósito de la verdad evangélica que le ha confiado el Fundador divino.

Estos pensamientos vuelven a nuestras mentes, Venerables Hermanos, mientras se preparan para hablaros en esta Carta de aquel acontecimiento verdaderamente feliz que fue el Concilio celebrado en Éfeso hace quince siglos, en el que, tal como se puso al descubierto la astuta arrogancia de los descarriados, así brilló la fe inquebrantable de la Iglesia, sostenida por la ayuda divina.

Sabemos que por nuestro consejo[2] se crearon dos Comités de hombres doctísimos, encargados de promover de la manera más solemne las conmemoraciones de este centenario, no solo aquí en Roma, capital del orbe católico, sino en todos los lugares que contaban con gente adecuada. Tampoco ignoramos que las personas a las que encomendamos este especial encargo trabajaron arduamente para promover esta saludable iniciativa, sin escatimar esfuerzos ni preocupaciones. Sólo podemos felicitarnos por esta presteza, apoyada, se puede decir, en todas partes por el consentimiento voluntario y verdaderamente admirable de los obispos y de los mejores laicos, pues confiamos en que con ello la causa católica obtendrá grandes ventajas para el futuro.

Pero considerando atentamente este acontecimiento histórico y los hechos y circunstancias relacionados con él, estimamos conveniente que, en esta última parte del centenario y en el aniversario del tiempo sagrado en que Beatísima Virgen María "dio a luz al Salvador", Nosotros mismos, por el oficio apostólico que Dios nos ha confiado, os dirijamos una encíclica en la que tratemos con vosotros este tema que es, sin duda, de suma importancia.

  1. Jn 15, 6.
  2. Epist. ad Emos Card. B. Pompilj et A. Sincero, 25 de diciembre de 1930.