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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Pero en la misión de la maternidad de María hay otra cuestión, Venerables Hermanos, creemos que es nuestro deber recordar: algo que ciertamente sabe más dulce y más tierno. Habiendo dado a luz al Redentor de los hombres, se convirtió en cierto modo en la madre más benigna, también de todos nosotros, a quienes Cristo el Señor quiso tener como hermanos[1]. Nuestro predecesor León XIII de feliz memoria escribe: "Dios, en el mismo acto en que la eligió para ser Madre de su Unigénito, nos la entregó e inspiró en ella sentimientos completamente maternales, que no derramaron más que misericordia y amor; Jesucristo nos lo señaló por su parte, cuando quiso espontáneamente someterse a María y prestarle obediencia como un hijo a su madre; así lo declaró desde la cruz cuando, en el discípulo Juan, le confió la custodia y el patrocinio de todo el género humano. Finalmente, ella demostró serla cuando, habiendo recogido con gran ánimo la herencia del inmenso trabajo que le dejó el Hijo moribundo, empezó inmediatamente a cumplir todos los oficios de madre"[2].

Por eso sucede que nos atrae como por un impulso irresistible, y en ella confiamos, con abandono filial, todas nuestras cosas —a saber: alegrías, si estamos felices; los dolores, si estamos afligidos; esperanzas, si finalmente nos esforzamos por elevarnos a cosas mejores—; por eso sucede que si se prsentan días más difíciles para la Iglesia, si la fe se tambalea porque la caridad se ha enfriado, si la moral pública y privada empeora, si algún desastre amenaza a la familia católica y a la sociedad civil, nos refugiamos en sus súplicas, para pedir insistentemente la ayuda celestial; para esto, finalmente, cuando en el supremo peligro de muerte, ya no encontramos esperanza y ayuda en ningún lado, levantamos nuestros ojos llorosos y nuestra manos temblorosas hacia ella, pidiendo fervientemente, a través de ella a su Hijo, perdón y eterna felicidad en los cielos.

A ella, por tanto, todos se vuelven con más ferviente amor en las necesidades presentes que nos preocupan; piden con súplicas urgentes "implorar que las generaciones descarriadas vuelvan a la observancia de las leyes, en las que se coloca la base de todo bienestar público, y de las que fluyen los beneficios de la paz y la verdadera prosperidad".

  1. Ro 8, 29.
  2. Enciclica Octobri mense adventante, 22 de septiembre de 1891. Cfr. texto latino en Vicifons.