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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Pero quien, con la lealtad de un historiador y con un espíritu despojado de prejuicios, observa con diligencia los hechos y los documentos escritos, no puede dejar de reconocer que esta objeción se basa en una falsedad y es sólo una simulación de la verdad. En primer lugar, cabe señalar que cuando el emperador[a], también en nombre de su colega Valentiniano, convocó el Concilio Ecuménico, la sentencia de Celestino aún no había llegado a Constantinopla y, por tanto, no se conocía allí en absoluto. En segundo lugar, al enterarse de la convocatoria del Concilio de Éfeso por los emperadores, no se mostró en absoluto en contra de ella; por el contrario, escribió a Teodosio[1] y al obispo de Alejandría[2] alabando la disposición y anunciando la elección del Patriarca Cirilo, los Obispos Arcadio y Proietto y el sacerdote Felipe, como sus legados, para presidir el Concilio. Al hacer esto, sin embargo, el Romano Pontífice no liberó la causa como aún no juzgada a la discreción del Concilio, pero sin perjuicio, como expresó, "lo ya establecido por nosotros"[3], confió la ejecución de la sentencia ya pronunciada a los Padres del Concilio, para que, si fuera posible, después de haber consultado y rezado a Dios juntos, hicieran todo lo posible por devolver al Obispo de Constantinopla a la unidad de la fe. De hecho, Cirilo habiendo preguntado al Papa cómo lidiar con ese asunto, es decir, si "el Santo Sínodo debe recibirlo (Nestorio) en caso de que condene lo que había predicado; o la sentencia ya pronunciada desde hace algún tiempo era válida, porque el tiempo de demora ya había expirado", respondió Celestino: "Que este sea el oficio de vuestra santidad junto al venerable Concilio de Hermanos, es decir, reprimir el alboroto que ha surgido en la Iglesia, y que mostremos, con la ayuda divina, que la cuestión ha concluido con la deseada corrección deseada. Tampoco decimos ya que no estamos en el Concilio, no pudiendo estar presentes a aquellos con quienes, estén donde estén, estamos unidos por la unidad de la fe ... Estamos aquí, porque pensamos qué se trata del bien de todos; tratamos presente en espíritu lo que no podemos tratar presente de cuerpo. Pienso en la paz católica, pienso en la salud de los que mueren, siempre que quieran confesar su enfermedad. Y esto lo decimos para que no parezca que fallamos a los que quizás quieran corregirse ... Que demuestre que No tenemos pies rápidos para derramar sangre, sabiendo que el remedio también se le ofrece”[4].

  1. Mansi, l.c., IV, 1291.
  2. Mansi, l.c., IV, 1292.
  3. Mansi, l.c., IV, 1287.
  4. Mansi. l.c., IV, 1292.