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Acta de Pío XI

Estas palabras de Celestino demuestran su alma paternal y atestiguan claramente que solo anhelaba que la luz de la fe brillara en las mentes ciegas y que la Iglesia se alegraba con el regreso de los errantes; sin embargo, las prescripciones que hizo a los legados que partían para Éfeso son ciertamente tales que muestran el solícito cuidado con que el Pontífice ordenó que se mantuvieran intactos los derechos divinos de la Sede Romana. De hecho, leemos, entre otras cosas: "Mandamos que se mantenga la autoridad de la Sede Apostólica; porque esto es lo que dicen las instrucciones que se te dan, es decir, que debes estar presente en el Concilio y que si hay discusión, debes juzgar sus opiniones, no entrar en la lucha”[1].

Tampoco de otra madera se comportaron los legados, con el pleno consentimiento de los Padres conciliares. De hecho, obedeciendo con firmeza y fidelidad las referidas órdenes del Pontífice, cuando llegaron a Éfeso, habiendo terminado ya la primera sesión, pidieron que se les entregaran todos los decretos de la reunión anterior, para que pudieran ser ratificados en nombre de la Sede Apostólica: "Pedimos que nos cuentes qué se ha tratado en este santo Sínodo antes de nuestra llegada, para que, según el pensamiento de nuestro beato Papa y de este santo Concilio, también nosotros podamos confirmarlo ... "[2].

Y el sacerdote Felipe pronunció ante todo el Concilio esa célebre sentencia sobre el primado de la Iglesia romana, a la que se refiere la Constitución dogmática "Pastor Aeternus" del Concilio Vaticano[3]. Dice: "Nadie duda, de hecho lo saben todos los siglos, que el santo y bendito Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, pilar de la fe y fundamento de la Iglesia Católica,

  1. Mansi, loc. cit., IV, 556.
  2. Mansi, loc. cit., IV, 1290.
  3. Conc. Vatic., sess. IV, cap. 2.