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sión, agradable, pero esencialmente fugitiva; nada hay, por otra parte, más ciego y contradictorio que la pasión.
El interés, aunque más razonado que el sentimien- to, no puede conducir sino á la utilidad que es rela- tiva: cambian, en efecto, los intereses con la condi- ción y relaciones que cada uno sostiene.
La pasión no es un móvil sino en tanto que aspira á un bien sensible; el interéssolo nos impulsa á obrar por la utilidad que podemos obtener; pero el deber se legitima í sí mismo, sin tener en cuenta el resul- tado, aun en contra de él; es un móvil que no recono- ce nada superior.
Desde que la razón concibe la idea del bien, siente tan intima simpatia por ella que se le somete como su fin natural y elevado. El motivo sensible y egois- ta, aconseja; el deber, obliga. El sacrificio de un sér por lo que no le conviene, sino por el bien, es la virtud.
Hay bien moral cuando obedecemos esta ley, y mal moral cuando la violamos. Lo que constituye el ca- rácter de bondad de un acto, no es pues, el placer 0 utilidad que reporta, sino su conformidad con los dictados de la razón.
149. El principio del placer.—Algunos filósofos han considerado que el deber era un principio muy ele- vado y abstracto para la naturaleza humana, que de-