Página:Maximam gravissimamque.pdf/5

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
9
Acta de Pío XI

En cuanto a las garantías, en realidad, no son las que nos habíamos propuesto desde un principio y a las que habían consentido los ministros del gobierno francés. Sin embargo, los que se nos han ofrecido son de tal naturaleza, y se basan en tales razones y tales declaraciones, que pensamos que podríamos admitirlos en aras de la paz general, tanto más cuanto que no nos pareció posible para obtener mejores, y que los que se nos ofrezcan puedan, todas las cosas bien pesadas, ser consideradas legales y seguras, como el propio Pío X las requería.

En efecto, tenemos, a favor de los nuevos estatutos, no solo la opinión de hombres muy versados en jurisprudencia y de renombre inquebrantable, sino también la opinión unánime del Consejo de Estado que, según el derecho francés, es el poder supremo y el único competente para asesorar sobre la interpretación de las leyes. Esta opinión, también compartida por los hombres que gobiernan la República, se reduce en última instancia a esto: que estos estatutos no contienen nada contra la ley francesa, lo que significa que no hay nada que temer de estas mismas leyes para las Asociaciones Diocesanas.

Siendo así, queriendo de acuerdo con Nuestro oficio apostólico no omitir nada, estando a salvo los sagrados derechos y la honra de Dios y de su Iglesia, de lo que podamos hacer para dar a la Iglesia de Francia un cierta base legal, así como para contribuir, como es de esperar, a la pacificación más plena de su nación, que nos es muy querida, Decretamos y declaramos que podrán permitirse, al menos como un experimento, Asociaciones diocesanas, según lo regulan los estatutos adjuntos.

Además, no es necesario, queridos hijos y venerables hermanos, que empleemos muchas palabras para explicar y declarar por qué usamos una expresión tan prudente y cautelosa. De hecho, en las circunstancias actuales, sólo se trata de aplicar un remedio destinado a ahuyentar males mayores. Porque siempre hemos estado persuadidos, y todavía lo estamos, de que si el Cielo nos hubiera concedido llegar a algún resultado en este asunto tan importante, ese resultado debía ser considerado, por Nosotros, por vosotros, por el clero y por todos fieles de Francia, por una parte, como las primeras manifestaciones de esta libertad plena y completa, que la Iglesia reclama