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Mis últimas tradiciones

—Voto á Cristo, que he de entrar, que soy don Alonso de Torres—contestó el mancebo, empujando al corchete.

—Téngase el señor don Alonso y acate el mandamiento del señor alcalde, que no mío, y no se empeñe en pasar—insistió el alguacil.

—Pues por encima del alcalde tengo de entrar.

Al alboroto acudió el alcalde, armado de vara, y encarándose con el galán, le dijo:

—Téngase el caballero que por aquí no ha de pasar, que para estorbarlo estoy yo aquí.

—¿Conóceme vuesamerced?

—¿Conóceme á mí el insolente?

—¿Y para qué le tengo de conocer, cuerpo de Cristo?

—¿Cómo me habla de esa manera? ¡Favor á la justicia y prendan á este pícaro!—gritó exasperado el alcalde.

—Pícaro será el muy cabrón—contestó don Alonso, desenvainando la espada y arremetiendo al alcalde. Este, ante lo brusco de la embestida, retrocedió y cayó al suelo, y en la caída se le rompió la vara.

Por supuesto, que los circunstantes se echaron sobre Torres, y lo aprehendieron.

Lo gracioso de la causa es que siete testigos declararon que don Alonso dijo:—Pícaro será el muy cornudo; y otros siete afirmaron que lo dicho por el reo fué:—Pícaro será el muy cabrón.

La verdad es que de palabra á palabra no va más filo de la uña, sino el de que el uno lo es sin saberlo, y el otro lo es por su gusto.

También hay de curioso en el alegato que el abogado tacha el testimonio de un testigo «por ser hermafrodita, y no guardar sexo, como está probado, andando unas veces vestido de hombre y otras de mujer, y á esto se junta el haber parido, como lo deponen algunos testigos.» Esto es típico. Las anchas tragaderas del letrado eran muy propias de todos los que comían pan en ese siglo de brujas y sortilegios.

¿Cuál fué el fallo recaído sobre estas dos causas? Eso no hemos podido averiguar, ni hace falta.