Ha querido usted, señora mía, un autógrafo de este viejo emborroiiador de papel, y mal puede negarse á complacerla quien, como yo, blasona de cortés, amén de confesarse honrado con la amable petición. Pide usted, con la cultura de forma que á cumplida dama cabe, y ya estoy hecho un azu carillo por rendir homenaje á su deseo.
Pero ¿ha de ser precisamente, una tradición lo que usted exige que escriba en las páginas de su aristocrático álbum? Eso ya tiene bemoles, y aunque estoy decidido á obedecerla, no lo haré sin referirla antes un chascarrillo de nüs moce dades.
Dios me hizo feo (y no lo digo por alabarme), y fué el caso que zumbando yo más que un tábano al oído de una joven, á la que cantaba el credo cimarrón que cantan los enamorados, encontró la mamá, que nunca me tuvo por ángel de su coro, la manera de ahuyentarme, y fué ella pedirme que le obsequiase mi tarjeta fotográfica. —i Oh! señora, ^la, dije, ¿para qué quiere usted el retrato de un mozo feo y desgarbado como yo V— Por eso mismo, por lo feo, me contestó. Me hace falta para asustar á mis nietecitos que son unos diablos de travie sos. -Ya adivinará usted que me entraron súbitos escalofríos, al considerar que esa señora no era todavía para mí más que projecto de suegra... ¡y ya suegreába! ¡Qué porvenir tan rico