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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES
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El gallero es un tipo digno de estudio.

Dejando aparte á los aficionados, cuya fortuna les permitía criar gallos en cómodas casillas ó galleras, y destinar dos ó más criados para que los cuidasen, exhibamos sólo al gallero del pueblo bajo.

No había en Lima rapista ó maestro de obra prima que no fuese insigne gallero. Tras de la puerta de la barbería ó al pie de la mesita de trabajo, y entre el cerote, las hormas y el tirapié, estaba amarrado el malatobo, el ajíseco, el cenizo ó el cazilí.

Cuidábanlo como á la niña del ojo, y bien podía faltarles el pan para su familia antes que el maíz para su engreído.

Una mañana el zapatero apocaba la pinta ó el espolón del gallo de su vecino el barbero. Picábase éste, y quedaba amarrada pelea para una semana después. Desde ese instante se daba otra alimentación al animal y se le medía el agua.—Ciencia se necesita para preparar un gallo, y cada aficionado tenía su método especial, fruto de la experiencia.

El día señalado para la lidia apenas si se dejaba probar bocado al animalito, porque recelaban que, con el buche lleno anduviese pesado en su vuelo y movimientos. Aquel día no cesaba el dueño de acariciar á su dije.

Por la tarde envolvíase el zapatero en la mugrienta capa y, llevando bajo sus pliegues escondido al gallo, dirigíase al reñidero, acompañado de sus amigos que, habiendo conocido al animal desde pollo y vístolo topar, no daban por medio menos su victoria sobre el lechuza del barbero.

Tal vez de aquí nació el preguntar, en Lima, á todos los que llevan un bulto bajo la capa:—Amigo, ¿se vende el gallo?