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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES

trado desde algún tiempo rival que le bajase el penacho. Echáronle de tapada un jiro, aplomado, recio de cuadriles. La bondad del primero no le bastó para vencer; pues, habiéndosele torcido la navaja, le mató el contrario. Mucho se murmuró por este incidente contra Chuchumeco, y dicen que si hubo intención ó no hubo intención en amarrar mal la navaja. El juez ha prometído averiguarlo. Lo que resulte lo sabremos.... el día del juicio.

Resumen: la jugada fué buena y entretenida, El único gallo sobresaliente fué el cenizo de la primera chusca. Gallos de esa inteligencia para el quite y el ataque, y para aprovechar el único momento posible de triunfo, no se ven sino de tarde en tarde: son rara avis. También mencionaremos á su advero que hubiera triunfado á no encontrarse con un pillo de tan asombroso metal.

Aunque la autoridad estuvo sensata, desearíamos que, en adelante, les meta la mano á Chuchumeco y á Conjuntivitis. Al público se le ha encajado entre ceja y ceja que, como careadores y amarradores de navaja, no juegan limpio, y cuando el río suena, señor juez.... tendrá por qué sonar.


Por esta revista se habrá el lector formado idea de los colores y condiciones de los gallos, de los lances de una lucha, y de que Conjuntivitis y Chuchumeco, apodos de los amarradores, eran dos peines de encargo. Réstanos algo por explicar.

Cada jugada se componía de siete parejas. Regularmente los jefes de los dos partidos interesados apostaban cincuenta pesos á cada gallo, y depositaban doscientos que corresponderían al que ganase cuatro peleas.

A veces triunfaba un partido en las siete peleas, y á eso se llamaba dar capote, Ganar seis era dar mantilla.

Coteja se decía por dos gallos de igual peso y tamaño, y que antes de salir á la arena habían sido topados por sus dueños,

Tapada se llamaba la pelea en que cada dueño escondía su gallo, dejándolo ver en el instante mismo de amarrar las navajas. Las tapadas eran motivo de intriga constante; pues cada interesado procuraba averiguar las cualidades del gallo preparado por el contrario, para proceder con conocimiento. El amigo vendía el secreto del amigo.

Tras de las siete jugadas de interés, que eran las dadas por personas de fuste, venían las chuscas, que eran las de la plebe, y en las que el gallo del zapatero hacía cecina al del barbero. En éstas, la caja no pasaba de doce pesos.

Aunque el reglamento limitaba la suma de las apuestas, no por eso los jugadores estaban imposibilitados para arriesgar mil pesos en cada gallo. Personaje hubo en Lima que en una