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Mis últimas tradiciones

¿Juramento conmigo? Aquí se me volvió la carne de gallina, y contesté:

—Perdone su señoría que me niegue á jurar; porque mi religión me lo prohibe. En esto de juramento soy cuáquero y puritano.

—Pero la ley le manda á usted jurar.

—La ley, señor juez, en el siglo que vivimos, no alcanza, como en los tiempos de la Inquisición, al santuario de la conciencia humana. Cristo, en cuya doctrina creo, me ha prohibido, terminantemente, jurar, salvo que el Congreso haya declarado apócrifo y abolido un Evangelio.

—YO respeto las ideas religiosas de usted; pero, en mi puesto de juez, no me cumple discutir sino hacer acatar la ley. ¿Jura usted ó no jura?

—Yo no me repito como bendición de obispo: ya he dicho que no juro, señor juez.

Casi, casi me acordé en ese instante del borracho á quien dijo el alcalde:—Alce usted la mano para que preste juramento.—¡Córcholis! preferiría alzar el codo.

Y el doctor B...... ordenó al escribano poner constancia de mi negativa, y que la declaración quedara en suspenso hasta que él proveyera lo conveniente, en derecho ó en torcido. Firmé, y me retiré meditabundo ante el conflicto de deberes que para mí surgía.

Yo debo acatar, buenas ó malas, las leyes de mi patria—me decía,—pero también debo acatar las leyes divinas que mi religión me impone. ¡El Código me ordena jurar; pero Cristo, de una manera rotunda, que no admite recancanillas de chicana ni distingos casuísticos, y con palabras más claras que el agua limpia de un puquio, me prohibe jurar. ¿A quién obedezco? ¿A quién sigo?

He aquí, al pie de la letra, según san Mateo, las palabras del Redentor en el Sermón de la montaña:

Y os digo que de ningún modo juréis. (De ningún modo ¿estamos?)

Ni por el cielo, porque es el trono de dios: ni por la tierra, porque es la peana de sus pies; ni por Jerusalem, por-