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Mis últimas tradiciones

hasta que sonó la hora de la conquista, se halla en estado embrionario. Es una especie de mito fabuloso. Pero si no es aventurado sostener que sea imposible escribirla de una manera concienzuda, tal imposibilidad no existe tratándose de los tres siglos en que vivimos rindiendo vasallaje á los monarcas españoles. Hay crónicas, reales cédulas, gacetas é infinitos documentos de los que se puede hacer brotar raudales de luz. La tarea es, sobre todo, de inteligencia, para saber encontrar la verdad en aquellos incidentes sobre los que han escrito diversas plumas, variada y aun contradictoriamente.

Desde este punto de vista, el libro del señor de Mendiburu no puede dar campo para la crítica. Se conoce que el autor ha tenido á mano muchos cronistas que sobre las cosas de América escribieron, y que, con tino y habilidad, ha sabido huir del escollo de dar entrada en el santuario de la Historia á muchas de las fantasías de Garcilaso, á las exageraciones de Pedro Sancho el conquistador, á las apasionadas noticias de Francisco Jerez, á la chispeante mordacidad del Palentino, y á las candorosas narraciones de Montesinos, que, más que para historiador, había nacido para escribir cuentos de las Mil y una noches. Siempre hemos creído que la fábula y la ficción desnaturalizan la Historia, rebajando en mucho el carácter de severa majestad con que ella debe presentarse revestida.

Con acertadísimo criterio, al ocuparse de la conquista y de las guerras civiles que la siguieron en breve, prefiere el señor de Mendiburu á Antonio de Herrera, cronista de claro ingenio y de juicio sólido, que tuvo á su disposición los archivos reales, el apoyo del Consejo de Indias y que, sobre algunos sucesos, recibió amplísimos informes de los mismos que en ellos fueron actores.

Las biografías de Atahualpa y de los Almagros nos pintan con superabundancía de pormenores y de hechos, sesudamente apreciados, las peripecias de la conquista, las escenas de sangre que á ella se mezclaron, y los horrores de las discordias entre bandos compuestos de gente allegadiza, ganosa de riquezas y dominada por las más ruines pasiones. Ante todo, el autor ha cuidado de no aceptar otros sucesos que los suficientemente comprobados, desvaneciendo equivocacio-