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Cachivachería

día. El día de Ayacucho no fué más que el día de la expiación para el militarismo, ambicioso y corruptor, que sembró en el Perú semilla cuyo fruto estamos cosechando todavía, en nuestros tiempos de república. Gamarra, nuestro primer motinista de cuartel, se educó en la escuela de Aznapuquio. Gamarra tuvo discípulos que lo aventajaron.

Fresco aún el recuerdo del suplicio de Atahualpa, principiada apenas la conquista, él sable avasallador del militarismo derribó al primer virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela. El militarismo español no quiso despedirse de América sin repetir el escándalo. La conquista terminó como empezara. Principió con la destitución de un virrey, y concluyó con la destitución de otro virrey. El sombrío Felipe II castigo, como él sabía castigar, á los que, en la persona de su representante, ultrajaron la majestad del soberano. El débil Fernando VII, rey también absoluto y por derecho divino, no quiso ni supo castigar. Fué el pueblo español, quien se encargó de hacer justicia, más tremenda que la realizada por el hacha del verdugo, bautizando á los rebeldes de Aznapuquio con el oprobioso y muy significativo epíteto de ayacuchos.

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El señor conde de Torata contestó á este artículo con un folleto personalísimo, al que no estimé digno de mí dar respuesta.