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Cachivachería

así en la orden general, cambiándoles su nombre por el de Húsares de Junín, lo hizo sólo para estimular á los peruanos.

Cuando describe batallas á las que concurrió, tiene O'Connor la debilidad senil de aspirar á que la Historia lo coloque sobre Bolívar y sobre Sucre. Sin O'Connor, Junín y Ayacucho habrían sido, no dos victorias, sino dos desastres. En Junín fué O'Connor quien, viendo la confusión en que se había envuelto la caballería de Brawn, guió á Miller para que salvase la ciénaga ó mal paso. En Ayacucho, después de no quedarse corto en críticas sobre las aptitudes estratégicas de Sucre y de desconocer el mérito de La Mar y de Gamarra, fué O'Connor quien designó el sitio en que debía darse la batalla, costándole mucho trabajo convencer á Sucre y á sus generales. En un arranque de fatuidad suprema, nos refiere el bravo irlandés que Sucre le dijo:—No sé qué hacer... ¡estoy loco!—Entonces fué cuando O'Connor reforzó sus argumentos para persuadirlo, como al fin lo consiguió. Por eso los patriotas esperaron en el llano á que los españoles descendieran de las alturas del Condorcunca.

Especial complacencia revela el general O'Connor en hacer resaltar que ningún cuerpo de la división La Mar era mandado por jefe peruano; y para poner sello á sus colosales ínfulas de estratégico, cuenta que cuando el general don Jerónimo Valdés vino á rendirse prisionero, su saludo fué:—Nos han fundido ustedes: sus posiciones habían sido una trampa número cuatro.—«Y esto fué justamente (continúa el escritor) lo mismo que yo dije al general Sucre la tarde en que colocábamos el ejército en las posiciones por mí elegidas, y de las cuales él no se mostró contento.»

Para aceptar á cierraojos la oración pro domo sua, que no otra cosa es el relato que de ambas batallas nos hace O'Connor, sería preciso rehacer la Historia, empezando por negar la veracidad de los partes oficiales, y concluyendo por rechazar el testimonio de todos los escritores, así españoles como americanos, que concurrieron á ambas acciones de guerra. El general García Camba, español, y el general López, colombiano, entre otros historiadores que podríamos citar, quedarían por dos grandísimos embusteros. Aníbal Galindo, en su pre-