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Ricardo Palma

sino bajo las austeras leyes de la disciplina. Fundó repúblicas, no como pedestales de su engrandecimiento, sino para que vivieran y se perpetuaran por sí. Mandó, no por ambición, y mientras consideró que el poder era un instrumento útil para la tarea que el Destino le había impuesto. Fué conquistador y libertador sin fatigar á los pueblos, por él redimidos de la esclavitud, con su ambición ó su orgullo. Abdicó concientemente el mando supremo, sin debilidad y sin enojo, cuando comprendió que su tarea había terminado, y que otro podía continuarla con más provecho para la América. Se condenó deliberadamente al ostracismo y al silencio, no por egoísmo ni cobardía, sino en homenaje á sus principios morales y en holocausto á su causa. Pasó sus últimos años en la soledad, con estoica resignación, y murió sin quejas cobardes en los labios, sin odios amargos en el corazón, viendo triunfante su obra y deprimida su gloria. Es el primer Capitán del Nuevo Mundo, y el único que haya suministrado lecciones y ejemplos á la estrategia moderna, en un teatro nuevo de guerra, combinaciones originales inspiradas sobre el terreno, al través de un vasto continente, marcando su itinerario militar con triunfos matemáticos y con la creación de nuevas naciones que le han sobrevivido.»

«El carácter de San Martín es uno de aquellos que se imponen á la Historia. Su acción se prolonga en el tiempo, y su influencia se transmite á su posteridad. Como general de la hegemonía argentina primero, y de la chileno-argentina después, es el heraldo de los principios fundamentales que han dado su constitución internacional á la América, cohesión á sus partes componentes, y equilibrio á sus estados. Con sus errores y con sus deficiencias, con su escuela militar, más metódica que inspirada, es el hombre de acción más deliberada que haya producido la revolución sud-americana. Fiel á la máxima que regló su vida—fué lo que debía ser—y antes que ser lo que no debía, prefirió—no ser nada.—Por eso vivirá en la inmortalidad.»

En suma, el señor general Mitre, con su monumental obra, ha prestado á la Historia Americana servicio de inconmensurable valor. Su San Martín no es de los libros llamados á mo-