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Ricardo Palma

seía no ponía en el fogón más que una olla... ¡pero qué olla, sobre una docena de brasas de carbón.

Siempre que en la mañana se celebraba alguna fiesta en la iglesia, el padre Panchito se declaraba, por sí y ante sí, obligado asistente. Ocasión hubo en que visto por el superior se le aproximó éste y le dijo:

—Hermano, á su cocina, que la comunidad no ha de almorzar avemarías y padrenuestros.

—Descuide su reverencia, padre guardián, que de mi cuenta corre el almuerzo con todos sus ajilimójilis.

Y ello es que apenas tomaban los frailes asiento en el espacioso refectorio, cuando la olla empezaba á hacer maravillas como suyas. De ella salía ración colmada para dejar ahitas doscientas andorgas de fraile y cien barrigas más, por lo menos, de agregados á la sopa boba del convento, que era, como la bondad de Dios, inagotable la olla del padre Panchito.

Cuando éste falleció, perdió la olla su prodigiosa virtud, y fué á confundirse entre la cacharrería de la cocina.



II
El traquido de la Capitana


Francisco Camacho, nacido en Jerez por los años de 1629, después de haber militado en España y de haber sido tan buena ficha que en Cádiz lo sentenciaron á ser ahorcado, llegándole el indulto cuando ya estaba al pie de la horca, vínose á Lima, donde, habiendo oído predicar al célebre padre Castillo, resolvió abandonar la truhanesca existencia que hasta entonces llevara y meterse fraile juandediano. Y tan magnífica adquisición hizo con él la hospitalaria orden, que sus cronistas todos convienen en que el padre Camacho murió en indiscutible olor de santidad, allá por los años de 1698. Abultado infolio