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Ricardo Palma

A los muchachos de mi tiempo se nos forzaba á pasar cuatro años aprendiendo latín y nociones de griego. Esta circunstancia, unida á la de que, en las pocas y pobres librerías de la capital, era difícil encontrar libros en francés, inglés ó alemán, influyó para que aquellos jóvenes de mi tiempo, picados por la tarántula de las aficiones literarias, se diesen un hartazgo de lectura con las obras de los grandes hablistas castellanos desde el siglo xiv hasta nuestros días juveniles, en que la batuta de la literatura española estaba en manos de los románticos Espronceda, Zorrilla, Arolas, etc., etc. De este hartazgo de lectura castellana nació mi ya incurable chifladura ó apasionamiento por la lengua de Cervantes. Peor habría sido que me acometiese la chifladura politiquera.

Hoy pasa lo contrario, y no sabré decir si para bien ó para mal de las letras. La juventud hace ascos al latín y al griego; lee pocos libros castellanos y muchísimos franceses; y el cerebro, como es natural, se amolda á pensar en francés, traduciendo el pensamiento al idioma nacional con no escasa incorrección. Así me explico que sean ya numerosos en mi tierra los afiliados á esa jerga llamada decadentismo y que, en puridad de verdad, tengo por decadencia. En fin, para todo pecado hay bula, y ya veo con gusto á dos ó tres inteligentes jóvenes en vía de arrepentimiento.

No es tan numerosa ó rica, como generalmente se propala, nuestra habla castellana. Noble, solemne, robusta, armoniosa, flexible y lógica en la sintaxis, que es el alma de toda lengua, convengo; pero, ¿rica?... Tinta no poca he consumido probando lo contrario en mis librejos. Felizmente va ganando terreno en la docta corporación la idea de que es quimérico extremarse en el lenguaje, defendiendo un purismo ó pureza más violada que la Maritornes del Quijote. Lengua que no evoluciona y enriquece su Léxico con nuevas voces y nuevas acepciones, va en camino de convertirse en lengua litúrgica ó lengua muerta. Con la intransigencia sólo se obtendrá que el castellano de Castilla se divorcie del castellano de América. Unificarnos en el Léxico es la manera, positiva y práctica, de confraternizar los dieciocho millones de españoles con los cincuenta millones de americanos obligados á hojear, de vez en