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Cachivachería

Ramón de Campoamor, cuyo voto nunca me fué adverso. Gratísima sorpresa tuve, pues, cuando, transcurridos siete años, llegó á mis manos la última edición del Diccionario, y encontré en ella casi la mitad de los vocablos por mí patrocinados, figurando entre ellos los verbos dictaminar y tramitar, en defensa de los cuales agoté mi escaso verbo.

¿Qué había pasado? Que con paciencia y saliva, mi sabio compañero don Eduardo Benot, el ilustre autor del libro Arquitectura de las lenguas, se puso al frente del elemento nuevo, y secundado por don Daniel Cortázar y otros noveles académicos, sin pelear batallas, pasito á pasito, un vocablo hoy y otro mañana, hizo aceptar la lista de voces, que, por entonces, publicó El Comercio.

Como la charla va haciéndose larguita, pongámosla remate y contera entrando en el meollo del artículo que la ha motivado.

Tiene razón el Amigo de Tejcrina, hasta más arriba de la coronilla, al decir que lo nuevo reclama é impone la creación de voz apropiada.

No opina así la Academia, pues rechaza la palabra cablegrama, aferrándose en que basta y sobra con telegrama, como si fuera cosa igual la transmisión de un despacho por intermedio de hilos ó alambres eléctricos y la misma acción por intermedio de cables marítimos. La formación de ambas voces, en buena filología, no puede ser más correcta. Telegrama viene de los vocablos griegos tele (lejos, distancia) y gramos (escrito) como cablegrama tiene por raíz kalo que significa cable. No disparataron ciertamente los que, en la prensa, preferían el kalograma al cablegrama.

El adjetivo inalámbrico nunca se había empleado antes de ahora, y tengo por seguro que la Academia no lo desairará. Tal vez llegue á ser inalamgrama la voz con que se bautice al nuevo aparato, ó bien sinalamgrama; pero no sinalambrama, pues en la formación de la palabra no habría de prescindir la corporación de la desinencia grama. Esto sería romper con las leyes filológicas.